Pedro y Rosa han decidido ser padres. Mientras esa luz llega a su vida, los días para ambos son difíciles económicamente, pero gracias al oficio de los dos siguen adelante. Él, quien además de ser agricultor, también sabe hacer algunos otros oficios, además de dar clases a niños que no tienen la posibilidad de ir a la escuela.
Por su parte, Rosa cocina y vende sus platillos con los vecinos, hace tejidos especiales para las fiestas y asiste a quien la solicite, ya que sabe preparar remedios caseros, dado que se crio con su madre, la partera del pueblo, quien le enseñó todas las propiedades de la naturaleza. No faltaba mucho para que doña Rosa y don Pedro pudieran tener entre sus brazos el regalo que tanto anhelaban. Luego, el día tan esperado llegó.
¡Qué emoción, qué emoción!, dijo la partera.
—Es niña mi nieta, fruto del amor, dijo.
Y así fue como llega Bernardina, esa niña a quien la vida le presentaría muchas situaciones para irse forjando. Desde la pérdida de su madre a los siete años, y siete años después vendría la de su padre, hasta otras situaciones, en que, gracias a su lucha, hicieron de ella lo que ahora es, pasando ya 85 años.
Cabe mencionar que actualmente Bernardina es mi mamá-abuela, que sus papás se enamoraron contra todo pronóstico por cuestiones familiares y tabúes de esa época, porque él era mayor al lado de ella y ambos con hijos, pero aun así ellos lucharon para llegar al punto donde tuvieron a mi mamá-abuela, aunque ella muy niña quedó huérfana.
Pero también consiguió tener su historia de amor, en el momento en que mi abuelo, que venía de una familia acomodada, se enamora de esa joven de bajos recursos, porque pudo más el amor que las costumbres o etiquetas. Porque hay veces, en momentos de la vida, que sólo separa la muerte a los enamorados, pero ningún humano, como dice mi mamá-abuela, ninguno hay de esos que hacen el alma seguir recordando cada segundo.