Dicen que nací de un milagro en el mes morado. De un humilde pueblo y una familia que siempre luchó para darme todo y que nunca faltara nada en el hogar. De cabello rizo y castaño, de ojos represivos que llamaban la atención. De niña tengo flashazos de mucho amor en mi familia, pero al mismo tiempo de miedos que me envolvían y que al crecer sabría por qué.
Siempre me faltó la figura paterna, pero fue por sacrificio. Mi papá tuvo que irse a trabajar al extranjero para darnos educación a mi hermana y a mí. Muchas veces también hizo falta mi mamá, estuvo ausente. Sentía la soledad abriéndose sobre mí, pero la cubrí con diversión de juventud, fiestas y alcohol. Era ese vacío que llenaba, pero en algún punto me enamoré desenfrenadamente. Un primer amor que me llenó de sentimientos que nunca había experimentado.
Sentía cuando observas el sunset en la playa, mirándonos a los ojos, que con esa sola y única mirada transmites un sentimiento que no existe en este planeta. Que sólo aparece en esos momentos. Fue un amor de juventud en que besas y sientes que el alma se desprende y vuela. A los dos nos pasaba. Tal vez yo le sentí así, porque con el paso del tiempo el amor de él se transformó y no siguió volando conmigo. Sentía que me quebraba en mil pedazos, pero me levanté y luché como el milagro que soy. No supe más de él.
Tiempo después la vida se encargó de enviar otro tipo de amor más maduro, pero sólo en apariencia, porque nuevamente, sin darme cuenta, fui manipulada. No se trataba de un amor sincero, sino tóxico. Fue una obsesión de él que me entregara por “amor”, supuestamente. La inocencia del milagro se esfumó por la manipulación.
Antes de esto hubo un evento curioso que se desencadenaría en el futuro. Pasó cuando tenía quince años. Recuerdo vagamente que en una fiesta de quinceaños bailé con una persona que no significaba nada para mí, pero de todos modos coqueteé con él y, no sé bien cómo, pero en algún punto nos encontramos en el baño, él me tomó en sus brazos y me besó. Me gustó mucho pero no le tomé importancia, porque él era más joven que yo.
Cuando perdí mi inocencia por ese ser que se burló de mí y me dejó por mi propia amiga tan sólo después de haber tenido relaciones conmigo, sentí que ya no era ese milagro de vida, como me habían dicho al nacer. Me sentí sucia, que no merecía amor. Así que decidí cambiar y ser otra persona, alguien fría y calculadora con su entorno. Dejé de ser un milagro y me acerqué a la oscuridad. Perdí el sentido de mi vida. Estaba sola. Completamente sola.
Volví a encontrar la luz después de un tiempo, fue como si el milagro quisiera regresar a mi vida. No sé cómo, pero salí, hui, corrí con todas mis fuerzas y la luz abrió paso, comenzando una nueva etapa en Florida. No fue fácil, la vida fue dura y solitaria, pero poco a poco veía luz. Sentía que por fin me encontraba. Aunque fracasaba en el amor, una vez más siendo ultrajada y violentada; callé por la vergüenza, pero fue el destino de pasarle facturas a ese mal vivir.
Cuando pensé que ya cerraba por definitiva las puertas al amor, sentí mediante un beso en la playa, de noche con luna llena, que mi alma volaba. Las mariposas me recorrían todo el cuerpo mientras yo volaba en el universo, y en un momento escuché que mi alma me dijo “él es tu compañero, el padre de tus hijos”. Yo lo supe desde el primer beso. Pasó el tiempo y nuestro amor se unió. Pero mientras esperábamos por nuestra unión ante Dios, la oscuridad volvió a asecharme. Alguien cercano de la familia me drogó. No sé lo que pasó, pero al día siguiente sentía esa suciedad que no se quita con nada. Siempre que sentía que por fin el milagro podría ver la luz, la oscuridad me encontraba y por miedo callé.
Contraje matrimonio. No fue fácil, el amor se transformó. Hubo muchos pleitos: la cultura, la religión, todo estaba opuesto. Éramos mundos opuestos. A punto de terminar nos dimos ese chance de luz y nació el verdadero amor de mi vida, por el soy capaz de hacer todo.
Entendí el milagro de vida entonces, porque el amor de una madre es infinito. Entendí que después de quince o veinte años de matrimonio los hombres se olvidan. El tiempo es todo rutina. Se va la magia. Sólo convivimos, pero no vivimos. Muchas veces intenté sorprenderlo, de enamorarlo otra vez. Pero todo lo vio como una ridiculez. Yo ahora sólo pienso que el amor debe ser abierto a cualquier opción, de ser creativo y estar dispuesto al romance.
Ya a mis cuarenta me doy cuenta que necesito vivir, que la vida se esfuma rápido y sólo nos llevamos lo vivido. Nunca tuve una propuesta de matrimonio, que es lo que toda mujer sueña, nunca tuve una honeymoon. Hubo muchas veces cuando niña que soñaba y creía convencida que algún día sería todo realidad. Pero los sueños no existen y te das cuento cuando eres adulta. Con el tiempo te vuelves fría y olvidas sueños. Incluso de sentirte mujer.
Pero la vida te brinda sorpresas cuando menos te lo esperas. Aquel chico que me robó ese beso en el baño en el quinceaños, después de veinticinco años me descubre. A pesar de que los dos tenemos ataduras dimos rienda suelta a un amor que te eleva el alma, sentimos que los dos fuimos amantes en vidas pasadas, pero que no llegaron juntos a la eternidad. Sentimos como si nuestras almas se conectaran del pasado con esta era. Amantes del pasado se encuentran, quieren estar juntos pero este tiempo no los deja. Cuando sentí su piel con la mía sólo la mirada lo decía. No hacían falta palabras. Nunca sentí amor del puro que nos depara el destino. Ahora no sé qué milagro de vida o qué oscuridad tengo que pasar para ser libre y amar puramente. Simplemente ya no lo sé.